La película consagró a Gwyneth Paltrow como una estrella y arrasó con las estatuillas doradas. Pero llegó a la gloria superando tropiezos y valiéndose de algunos métodos polémicos
(Grosbygroup)
Repasando la vida de Gwyneth Paltrow no hay casi dudas de que por hecho y derecho estaba destinada a ser actriz. Aprendió a leer con los libretos que su madre, Blythe Danner, memorizaba para sus obras de teatro. Su padre, Bruce Paltrow, era un prestigioso productor y director de televisión que solía recibir en su living celebridades como los Douglas o Christopher Reeve. Ya crecida, una adolescente Paltrow consiguió un pequeño papel en la película Hook sin pasar por un casting. Mientras con su padre esperaba en la fila del cine para ver El silencio de los inocentes se encontraron con Steven Spielberg -o “tío Steve”, para ella-, y la invitó a participar en su proyecto.
Su belleza era evidente. Muchos la veían como una copia de Grace Kelly, pero más pícara y moderna. Protagonizó Emma, pero cuando James Cameron la convocó para ser la heroína de un barco que se hundía, la muchacha rechazó el papel porque aseguró que no era un rol para ella, aunque aceptó filmar Sliding Doors, una pequeña producción inglesa.
Si su belleza no pasaba desapercibida, lo mismo ocurría con sus romances. Primero fue “la novia de Brad Pitt” cuando el rubio ya era uno de los hombres más bonitos del mundo. Luego fue pareja de Ben Affleck cuando el morocho era uno de los rebeldes más atractivos del mundo. A los 25 años le llegó la gran oportunidad para demostrar que además de ser linda, “la novia de…” y la “hija de…”, también era una gran actriz. Y esa oportunidad era Shakespeare enamorado.

John Madden andaba buscando a una actriz para encarnar a Lady Viola de Lesseps, la ficticia musa de un William Shakespeare abandonado por la inspiración. Se necesitaba un ser de aspecto angelical pero que a su vez transmitiera pasión y esa especie de hipnotismo que solo generan las verdaderas estrellas de cine, y que provoca que nadie despegue los ojos de ellas. Julia Roberts era la indicada.
Los Estudios Universal decidieron financiar el proyecto recién y solo cuando Roberts se mostró interesada. La posibilidad de que la actriz de Mujer Bonita apareciera en otra comedia romántica, y encima con corsé y ropa de época, era más que atractiva. Entusiasmada, la muchacha de la sonrisa perfecta viajó de Los Ángeles a Londres para comenzar las pruebas de pantalla con los posibles coprotagonistas.
La Roberts dejó bien claro a quien quería de compañero, ese actor a quien ella y casi todo el mundo lo consideraban el mejor… del mundo: Daniel Day Lewis. “Es brillante. Es atractivo e intenso. ¡Y muy divertido! También ha hecho Shakespeare. ¿No creen que será perfecto?”, argumentaba. Le explicaron que Lewis ya estaba comprometido para filmar En el nombre del padre y que había rechazado el proyecto, pero ella aseguró que lograría convencerlo. Decidió jugársela y le envió dos docenas de rosas con una tarjeta donde le pedía “Sé mi Romeo”. Lewis la agradeció, pero ratificó su no.
Julia Roberts en Pretty Woman, su consagración
El rechazo del actor provocó la decepción de la actriz. Los productores comenzaron un casting con los mejores actores británicos. El primero en ser convocado fue Ralph Fiennes; dio una buena audición pero no pasó “la prueba de la blancura”, es decir, la de la sonrisa de Roberts. “Ralph hizo todo lo que pudo por provocar su famosa risa, pero Julia apenas se inmutó. Fue un desastre. Cuando se fue, ella solamente me dijo: ‘No es gracioso’”, revelaría -para la revista Air Mail- Edward Zwick, uno de los productores del filme y testigo de lo que pasó.
Siguieron Hugh Grant, Colin Firth, Sean Bean, Jeremy Northam; Julia los descartaba a todos: uno era rígido, el otro no era romántico, ninguno le parecía adecuado.
Después de dos semanas de casting llegó el turno de Paul McGann y Julia parecía entusiasmada. Se maquilló como su personaje y se puso un traje de época isabelina. “Cuando comenzaron a pasar el texto, algo fallaba. No había magia. El problema no era el guion. Tampoco McGann. Era Julia”, recordaría el productor 25 años después.
El problema no era ella sino los problemas que tenía ella. Venía de una compleja ruptura con Kiefer Sutherland, le costaba dominar el acento británico que requería su personaje y estaba aterrorizada con la fama que había alcanzado. Con 24 años era difícil manejar tanta presión. Si se equivocaba o no cumplía las expectativas generadas sabía que no se lo perdonarían.
Al día siguiente de la prueba con McGann, cuando los productores fueron a buscarla, Julia no estaba en el hotel. Sin avisar, abandonó Londres y regresó a los Estados Unidos. No importó que ya estaba confeccionado el vestuario, construidos los decorados y se habían gastado seis millones de dólares: Roberts no volvió. Sin la estrella principal, Universal abandonó el proyecto.
Pero si hay actrices hipnóticas también hay guiones hipnóticos y eso ocurría con el texto escrito por Marc Norman y Tom Stoppard. Una de las historias de esa historia se convirtió en uno de los grandes rumores de Hollywood.
Hasta 1997 Paltrow y Winona Ryder eran mejores amigas. Se sabe que cuando la rubia rompió con Pitt fue la morocha quien la consoló, pero cuando se supo que la primera sería Lady Viola, las muchachas se dejaron de hablar.
Durante años hubo dos versiones de la pelea. La más fuerte era que en una de esas noches de desconsuelo, Paltrow fue a la casa de Ryder y leyó el guion. Le pareció que era un papel ideal para ella y le pidió a “tío Steve” que intercediera ante los productores. Ante semejante recomendación se eligió a la rubia y se descartó a la morocha. Una segunda versión aseguraba lo mismo, pero al revés: la Ryder era la que había intentado robarle el guion a Paltrow. Lo cierto es que dejaron de hablarse.
Tuvieron que pasar casi 20 años para que Gwyneth contara lo que según ella pasó. En una nota para Variety aseguró que después del rechazo de Roberts, Miramax se lo ofreció a ella. “El problema es que en aquel momento yo estaba en medio de la ruptura con Brad Pitt y la idea de tener que irme a rodar a Inglaterra y estar lejos de casa tanto tiempo no me parecía una buena idea. De hecho, ni siquiera leí el guion. Estaba pasándolo muy mal, en serio”, confesó.
Brad Pitt y Gwyneth Paltrow, cuando eran pareja
El guion quedó en un cajón hasta que los estudios Miramax decidieron reflotarlo. Fue el entonces poderosísimo Harvey Weinstein quien vio que allí había un éxito. Le ofrecieron el protagónico a Kate Winslet que lo descartó porque después de Titanic no quería interpretar nuevamente a una heroína romántica. Madden volvió a comunicarse con Paltrow y le pidió que le diera una nueva oportunidad a esa historia. La muchacha aceptó y en esa segunda lectura descubrió que “era perfecto, así que acepté interpretar a Viola pese a que hubo una persona que me aseguró que igual era mejor que lo interpretara un hombre. Simplemente, necesitaba hacerlo”.
Encontrar al actor que interpretaría a Shakespeare tampoco fue sencillo. Para este nuevo protagonista se precisaba a una persona joven, pero capaz de convencer a los espectadores de que podía escribir sobre pasiones humanas, de esas que se viven o se padecen. Los encargados del casting dieron con Joseph Fiennes, que en ese momento tenía 28 años y cierta fama ganada en el Reino Unido como actor de teatro. Con sus enormes ojos marrones y unas pestañas dignas de envidia logró que productores primero y público después lo viéramos como un Shakespeare tan talentoso como sexy. Fiennes logró componer un personaje creíble y querible, y eso que tuvo que superar el susto que, según confesó, le producía el desafío.
Para el papel de Elizabeth la elegida fue Judi Dench, que venía de interpretar a la reina Victoria en Mrs. Brown, también bajo la dirección de Madden. Por ese trabajo había sido nominada al Oscar a la mejor actriz. Sin embargo, la estatuilla se la llevaría por su actuación de apenas ¡ocho minutos! en Shakespeare apasionado. Cuando recibió el premio, con la picardía y sabiduría que le daban sus más de 60 años, se permitió bromear: “Creo que por ocho minutos en pantalla solo debería recibir un poco de él”. Lo increíble es que aunque su parlamento fue mínimo se tuvo que someter a extenuantes sesiones de maquillaje que duraron cuatro horas diarias.
Judi Dench como Elizabeth en Shakespeare enamorado, la breve actuación que le valdría un Oscar (Getty)
El elenco lo completaban Colin Firth, Geoffrey Rush, Simon Callow, Tom Wilkinson e Imelda Staunton. También estaba Ben Affleck, que aceptó rol secundario con tal de estar cerca de su entonces novia, Gwyneth. Interpretó al megalomaníaco actor Ned Alleyn, un cómico real de aquella época y de tanto éxito que según decían sería el Tom Cruise de entonces.
Y es justamente esta asociación entre una historia de época pero moderna que cautivó al público. En Shakespeare apasionado se mezclan los productores que se comportan como mafiosos y los actores con egos desproporcionados. Se muestran las rivalidades literarias, la invención de la frase “el espectáculo debe continuar” y hay guiños culturales a borbotones. Pero sin duda lo más atractivo que se muestra es esa continua celebración del acto creativo pero también de la posibilidad de apasionarse y de enamorarse, y no solo ya de otro ser humano sino de algo que simplemente nos cambie la vida.
La película dio un verdadero batacazo al recaudar 300 millones de dólares, y además se alzó con la gloria en los premios Oscar. Se llevó al de mejor película imponiéndose nada más ni nada menos que a Rescatando al soldado Ryan, de Spielberg. Pero además se llevó el premio a la mejor actriz para Gwyneth Paltrow, el de mejor actriz de reparto para Judi Dench, y Marc Norman y Tom Stoppard se quedaron con el de mejor guion original.
Con el tiempo se sabría que la cosecha de Oscar se debió a una agresiva política de Weinstein que, con tal de conseguir votos, no dudó en recurrir a métodos por lo menos polémicos como hacer llamadas personales, invitar a eventos, averiguar dónde pasaban las vacaciones los académicos y llevar hasta allí una proyección especial de la película, y hasta organizar una función especial en el Motion Picture Retirement Home, la residencia de jubilados de la academia, además de esparcir malas críticas sobre sus competidoras. Se dice que Miramax gastó cinco millones de dólares en su campaña pro Oscar.
Gwyneth Paltrow encabeza el equipo de Shakespeare apasionado, en la noche consagratoria de los Oscar (Grosbygroup)
Con una protagonista que no quiso ser protagonista, con otra que aceptó pero que quizá por eso se peleó con una amiga y un productor inescrupuloso, lo cierto es que a 25 años de su estreno Shakespeare apasionado sigue siendo una linda película para ver. De esas que arrancan sonrisas por sus diálogos ingeniosos, los personajes queribles y reconocibles, y sobre todo porque cuenta muy bien el cuento. Porque como aseguró John Madden: “Es notable cómo Shakespeare se acomoda a los sentimientos modernos y a las estructuras de pensamiento actuales. Y uno puede hacer con sus obras casi cualquier cosa, y siempre funcionan: un Macbeth kabuki, o un Hamlet siberiano… En la base de todo siempre está Shakespeare, y no veo por qué Hollywood se lo iba a perder”.