Esta cabina para el suicidio debería poder usarse en países en los que no es legal la eutanasia, ya que es un caso de suicidio asistido. Sin embargo, sus creadores han sido arrestados en Suiza.
Una mujer de 64 años se ha suicidado en Suiza utilizando por primera vez una cápsula de nitrógeno, similar a un sarcófago, diseñada para sustituir la eutanasia. En este país, la eutanasia no es legal, pero el suicidio asistido sí. Por eso, en principio la opción de esta ciudadana estadounidense no debería ser condenable; aunque, por ahora, se han abierto diligencias legales contra los fabricantes de la cápsula.
Cabe destacar que la diferencia entre eutanasia y suicidio asistido se basa en quién lleva a cabo la acción que conduce a la muerte. En el caso de la eutanasia, la lleva a cabo otra persona, con el consentimiento del fallecido. Sin embargo, en el suicidio asistido es la persona que quiere morir la que realiza el acto en cuestión con ayuda de otro individuo. Por ejemplo, puede tomarse una pastilla que le ha suministrado otra persona.
En el caso de esta cápsula de nitrógeno, es la persona que quiere morir la que activa la liberación del gas con un botón que se pulsa desde dentro. Se consideraría suicidio asistido. Aunque, al parecer, la razón de las detenciones realizadas en Suiza es que el aparato no cumplía los criterios de seguridad de productos y, por lo tanto, no se podía comercializar. Dejando a un lado si esto es cierto o no, veamos cómo funciona la cápsula.
Un sarcófago para quienes quieren la eutanasia
Esta cápsula de nitrógeno se llama Sarco y fue inventada hace siete años por un activista australiano a favor del suicidio. Aparentemente es como una mezcla entre un solarium de rayos UV y un flotarium. Tiene apariencia de sarcófago, con la parte superior transparente.
Una vez acomodada dentro, la persona que quiere la eutanasia pulsa el botón que libera el nitrógeno. Este no es un gas tóxico, ni mucho menos. De hecho, compone el 78% del aire que respiramos. Sin embargo, tiene la habilidad de desplazar al oxígeno, del mismo modo que otros gases inertes. Una vez que el usuario se introduce en la cápsula y la cierra, se queda algo de oxígeno almacenado. Sin embargo, a medida que se va liberando el nitrógeno, va desplazando al oxígeno, de manera que al exhalar se libera dióxido de carbono, pero no hay suficiente oxígeno para reponerlo. Tampoco hay moléculas para oxigenar la sangre.
Esto provoca un adormecimiento que termina causando la muerte sin la típica sensación de asfixia que se produce por acumulación de CO2. Dado que es una muerte sin sufrimiento, hace muchos años que ha sido defendida por los activistas de la eutanasia. También se ha propuesto utilizarla como método de ejecución para los presos del corredor de la muerte en Estados Unidos, en caso de que no haya disponible inyección letal. Todas estas ventajas son las que llevaron a esta mujer, aquejada durante años por una grave inmunodeficiencia, a buscar la muerte con Sarco.
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Un método casi gratuito
El creador de Sarco no quiere lucrarse con su invento, promovido a través de su iniciativa The Last Resort. Desde que lo presentó aseguró que no cobraría por su uso más de 20 euros: el precio que cuesta llenar el depósito de nitrógeno.
Posiblemente sea ese el precio que ha pagado esta mujer en Suiza por no poder someterse a eutanasia. Pero el precio que tendrán que pagar los responsables de Sarco es mucho mayor, pues ya se han abierto diligencias contra ellos. ¿Tan difícil es admitir que para algunas personas su enfermedad es un infierno mayor que la muerte?
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