Científicos franceses han logrado desentrañar el funcionamiento de algo conocido como onda de la muerte. Incluso creen que podrían revertirla, pero debe quedar claro que no se trata de una resurrección.
Un equipo de científicos del Instituto del Cerebro de París ha logrado desentrañar la formación de la onda de la muerte. Esta es una gran onda cerebral que se genera inmediatamente después de una situación de falta de oxígeno en el cerebro, cuando se origina lo que se conoce como encefalograma plano. Hace tiempo que se conoce la existencia de esta onda. Incluso se sabe que la situación puede ser reversible. Sin embargo, no se sabía cómo se forma, ni en qué orden afecta a las diferentes zonas de la corteza cerebral. Ahora, estos investigadores han logrado desentrañar el misterio.
Esto es muy útil, ya que, al saber cuáles son las zonas más afectadas por la onda de la muerte, se puede reforzar la neuroprotección en esas áreas. Ahora bien, ¿quiere decir esto que se puede resucitar a los muertos? Lamentablemente no.
La onda de la muerte se origina como respuesta a una detención en el suministro de oxígeno a las células cerebrales. Si se logra aportar oxígeno de nuevo y revertir la onda, se puede prevenir el daño cerebral derivado de una situación cercana a la muerte. Sin embargo, si sigue sin haber suministro de oxígeno, la muerte es algo inevitable. Aun así, lo que han descubierto estos investigadores sigue siendo una gran noticia.
El origen de la onda de la muerte
Cuando se corta el suministro de oxígeno al cerebro, el combustible de las células, conocido como ATP, se agota. Este combustible se utiliza para llevar a cabo sus funciones eléctricas adecuadamente. Por eso, ante su ausencia, se rompe el equilibrio eléctrico de las neuronas. Sería algo así como cortar la corriente del sistema eléctrico de una casa. Del mismo modo que muchos edificios tienen sistemas eléctricos de emergencia, nuestro cerebro, llegados a este punto, pone en marcha la liberación masiva de glutamato. Este es un neurotransmisor excitatorio, que mantiene la actividad hasta cierto punto, pero también termina agotándose si no se devuelve el ATP a las células.
Por lo tanto, si analizamos la actividad eléctrica del cerebro, vemos primero una caída brusca de la misma, después un pico intenso de actividad y, a continuación, el apagado definitivo. Durante ese pico de actividad fomentado por el glutamato se dan las famosas experiencias cercanas a la muerte. Y en el apagado definitivo se produce el encefalograma plano.
Tras el encefalograma plano, se produce la despolarización de las células, con la que se genera la conocida como onda de la muerte. Esta va recorriendo toda la corteza cerebral, provocando la muerte de sus neuronas, pues ya son incapaces de seguir comunicándose entre ellas. Todo esto se conoce de sobra. Pero lo que no se sabía hasta ahora es cuáles son las zonas más dañadas por dicha onda. Para estos científicos, saberlo era vital, como bien explican en un comunicado. “Todavía teníamos que entender en qué áreas del cerebro es probable que la onda de muerte haga el mayor daño para preservar la función cerebral tanto como sea posible”.
¿Cómo lo han descubierto?
Para seguir el camino de la onda de la muerte, estos científicos han llevado a cabo experimentos con ratas, sometidas a grabaciones de su actividad cerebral y mediciones de sus impulsos eléctricos en el cerebro.
Tomaron mediciones antes y después de la despolarización de las neuronas asociada a la onda de la muerte. Y vieron algo que llamó su atención.
“Nos dimos cuenta de que la actividad neuronal era relativamente homogénea al inicio de la anoxia cerebral. Luego, la onda de muerte apareció en las neuronas piramidales ubicadas en la capa 5 de la neocórtex y se propagó en dos direcciones: hacia arriba, es decir, la superficie del cerebro, y hacia abajo, es decir, la materia blanca. Hemos observado esta misma dinámica en diferentes condiciones experimentales y creemos que podría existir en los humanos”. Séverine Mahon, neurocientífica y autora del estudio.
De ser así, esto indicaría que las capas más profundas de la corteza son las más vulnerables a la privación de oxígeno. Posiblemente, se deba a que tienen necesidades de energía muy altas, por lo que sufren más las consecuencias de perder el combustible.
¿Se puede restaurar?
En la segunda parte de este experimento, los investigadores devolvieron el suministro de oxígeno al cerebro. Pronto, las células volvieron a reponer sus reservas de ATP y, poco a poco, se recuperó la actividad eléctrica.
Aquí, si en humanos ocurre lo mismo, pueden pasar dos cosas. Que no haya daños o que algunas áreas cerebrales hayan sufrido daños en el proceso. Por ese motivo es tan importante conocer cómo funciona la onda de la muerte.
Los científicos esperan que, si esto es extrapolable a humanos, se pueden sintetizar neuroprotectores dirigidos a esas áreas cerebrales más susceptibles. Así, ante, por ejemplo, un paro cardíaco, se evitaría que la onda de la muerte arrase el cerebro, dejando secuelas incluso si se devuelve el latido del corazón.
En eso es en lo que consiste este estudio. No va de resucitar a los muertos, pero sí de mejorar la calidad de vida de quienes, por algún motivo, han estado cerca de morir.
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